22.5.10

El PRI: ¿Jedis o Siths?

Mi padre era un apasionado admirador y activista de clóset del PRI. Una vez hurgando entre sus cosas encontré su credencial de miembro activo del partido y otra de la CNOP. Cuando me tocaba ordenar los libros de la casa, me encontraba con la una nutrida colección de ejemplares de la historia del PNR, su camino hasta convertirse en PRI, su ideología, miembros distinguidos y otros tantos textos que ya no recuerdo. La mayoría eran muy gruesos y su sello distintivo era la bandera tricolor, de una u otra forma el verde, blanco y rojo siempre estaban presentes, en esas épocas confieso que no distinguía cuál era la diferencia entre el estado mexicano cuyos símbolos patrios son tricolores y el partido del Estado que los usaba.

No voy a mentir, nunca leí esos libros que contaban las glorias del PRI, simplemente me dediqué a hojearlos de vez en cuando. Reconozco que de niña esos laaaargos párrafos me parecían ajenos y confusos pero conforme fui creciendo y por alguna tarea o incluso por curiosidad, regresaba a leer los dichosos textos y cuando lo hacía, me quedaba con una sensación de que el partido buscaba para México: grandeza, prosperidad, estabilidad y democracia. Años después los micrófonos y pantallas nos bombardeaban con el fraude del 88 erosionando la imagen del Partido: su poder no podía ser eterno. Las rencillas políticas internas desgataban al partido. El modelo económico planteado era insostenible y al paso de crisis tras crisis, los mexicanos nos dabamos cuenta de que la administración de la abundacia del partido no significaba abundancia para todos.

Así el retrato del Partido hegemónico comenzó a cambiar ante mi jovencísimo pensamiento y empecé a ver al PRI como un monstruo viejo, malhumorado, corrupto, sediento de poder y enfermo de negación. Al escuchar, observar y leer percibía al PRI como beneficiario de unos cuantos o de muchos, si así convenía a sus intereses. Olía a corrupción pero nadie sabía a qué grado porque no había información pero sí demasiada discrecionalidad.

Cuando el PRI aceptó su derrota en las elecciones presidenciales de 2000, sentí júbilo y esperanza. Por fin, se terminaba su dictadura de 70 años y llegaba al poder un partido de oposición. 10 años después el entusiamo se esfumó, en resumen:
  • El júbilo se ha convertido en descontento, frustración, enojo y desaliento.
  • La percepción es que la oposición se preparó para ganar una elección pero no para gobernar.
  • Ningún político es, ni será un mesías que transforma la cultura corrupta y conformista de los mexicanos.
  • No se puede reinventar al país cada 6 años. Una visión de estado exige continuidad.
Con varias elecciones estatales a la vuelta de la esquina y la presidencial a 2 años, los medios de comunicación han comenzado a perfilar al PRI como ganador. Sí la tendencia que comenzó en Mérida con el triunfo del PRI continúa y todo apunta a que así será, el partido regresará a tomar el timón de casi todos los gobiernos estatales y el federal.

Llegará el momento en el que el monstruo de las 10 cabezas se enfrente a la sociedad mexicana y ésta le de otra vez “su voto de confianza”. Y el gran reto será demostrar que puede gobernar de manera democrática, plural y transparente por el bien y conveniencia de todos y no de unos cuantos. La pregunta es: ¿Lo puede hacer el PRI? ¿Esta el partido a la altura del reto? ¿Será que la sociedad mexicana está consciente, informada y será lo suficientemente participativa para exigirle un buen gobierno? . Si sí, bien por México, si no, las elecciones les cobrarán las facturas a los partidos y a los ciudadanos a su tiempo.

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